TIERRA DE NADIE

29.11.2019

Los días 12, 13 y 14 de noviembre tuvo lugar en Barcelona un congreso internacional titulado "La aportación del Papa Francisco a la teología y a la pastoral de la Iglesia".

El miércoles, día 13, tuvo lugar la intervención del cardenal Walter Kasper que hizo algunas afirmaciones muy interesantes acerca del papa Francisco.

Afirmó que el papa Francisco decepciona tanto a los que se encuentran en el bando de los conservadores como a los que se encuentran en la facción de los progresistas. Los primeros no quieren una Iglesia en salida, sino una Iglesia en casa y un refugio; los segundos quieren una Iglesia liberal, una nueva Iglesia. Sin embargo, el papa Francisco trabaja por una Iglesia renovada, en salida y fiel a Jesucristo desde la alegría del Evangelio para llegar a todos.

Subrayó el teólogo alemán en su exposición:

"Las objeciones provienen de dos lados opuestos. La dinámica del mensaje del Evangelio no es buena para algunos. Confunden la novedad perenne del Evangelio con la innovación, una Iglesia renovada con una Iglesia nueva, una Iglesia en salida con una Iglesia en retiro. No quieren una Iglesia en salida sino una en casa. Una Iglesia como refugio para la seguridad en un mundo que se encuentra en un movimiento cada vez más acelerado que a veces parece haberse descarrilado [...] Los otros quieren una Iglesia liberal: la democratización de la Iglesia, la abolición del celibato, la ordenación de mujeres, etc. Proyectan estas expectativas sobre Francisco. Sin embargo, Francisco no es un liberal, es un radical: uno que regresa a las raíces. Las expectativas liberales no son parte de su agenda [...] Para muchos esto no encaja con su concepción liberal y progresista, siempre a la última moda."

El cardenal Kasper recordó que "ya el escándalo evangélico radical de Jesús escandalizó" y que ningún Papa puede anunciar un mensaje diferente al de Jesús. Creo que debemos agradecer a Dios el signo profético que supone el papa Francisco en este momento histórico de la Iglesia. Quizás algunos consideren que Francisco debería decantarse por unos o por otros, conservadores versus progresistas; sin embargo, estoy convencido de que él sabe bien que la disyuntiva no es esa, ya que lo que realmente importa es ser fiel a Jesucristo.

El purpurado destacó que la primera Exhortación Apostólica programática de Francisco, la Evangelii gaudium, convirtió la alegría del Evangelio en el tema clave de su pontificado. "El mensaje de alegría es la respuesta a esta situación del mundo actual y de la Iglesia de nuestro tiempo", y este documento magisterial "ha traído un nuevo aliento a la Iglesia y el mundo".

El cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, que ejerció de maestro de ceremonias en la apertura de este congreso, afirmó que "el papa Francisco inicia el segundo postconcilio en un más que notorio cambio de época en la relación Iglesia-Mundo". Sentenció que Francisco "no ha tomado decisiones mediáticas, sino que se guía por una sensibilidad que debe atravesar todo el cuerpo eclesial desde tres ejes: misericordia, conversión pastoral y misionera, y diálogo con todos".

A propósito de esto, escuché a un sacerdote decir que el papa Francisco debería cerrar la puerta de los progresistas, si es cierto que no es un liberal como dijo el cardenal Kasper en este congreso, y tomar partido en este dilema entre los dos lados opuestos si no quiere quedarse solo y en tierra de nadie. Si el Papa hiciera esto, considero que se olvidaría de centrar su mirada en Cristo, aquel que no estuvo dispuesto a ceder ni un ápice del Evangelio a cambio de mantener a su lado a todos los que fuera posible.

El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, afirmó en una ocasión que el mayor peligro del cristianismo hoy no radica en ser minoritario, sino insignificante. "Las categorías que deberían importarnos no son las de progresista-conservador, sino la de verdadero-falso, bueno-malo, prudente-imprudente".

El asunto no es quedarse solo o en tierra de nadie, sino la fidelidad a Jesucristo y la verdad del Evangelio. Si por esa fidelidad es imprescindible sufrir la soledad o el desierto del profeta, seguiremos adelante con la fuerza del Espíritu Santo y convencidos de que habrá merecido la pena dar la vida por aquel que nos amó primero y dio su vida por nosotros.

Termino con estas palabras del papa Francisco que podemos encontrar en los números 94 y 95 de la Evangelii gaudium, bajo el título "No a la mundanidad espiritual":

Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador.

Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia». En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial. También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización. En todos los casos, no lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica.


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