CIELO ABIERTO Y FUEGO
Reconozco que me encanta el día de Pentecostés, ya que siempre me
ha parecido la mejor manera de concluir el tiempo pascual.
La alegría de saber que Cristo ha resucitado y vive necesita del fuego del Espíritu Santo para que seamos una Iglesia que expresa con pasión su vocación misionera y evangelizadora.
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. (Hch 2,1-4)
Podemos comprobar en estos cuatro versículos que hay algunas evidencias de este derramamiento del Espíritu Santo; la armonía y la unidad (versículo 1), la presencia divina que lo llena todo (versículo 2), el fuego que arde en los corazones de los creyentes (versículo 3) y la gran necesidad que tenemos todos los cristianos de llenarnos del Espíritu Santo para llevar al mundo el amor de Dios (versículo 4).
La Iglesia del siglo XXI será testigo de un cielo abierto cuando permitamos que el fuego del Espíritu Santo arda en cada creyente. Necesitamos vivir la cultura de Pentecostés, de manera que el Espíritu Santo deje de ser el gran desconocido entre nosotros. El fuego del Espíritu nos enciende y nos hace vivir con pasión nuestra identidad y nuestra misión.
No es lo mismo creer en Dios que tener pasión por Dios. No es lo mismo estar en las cosas de Dios que tener pasión por las cosas de Dios. No es lo mismo saber que necesitamos ser solidarios con los demás que tener pasión por las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El encuentro personal con Cristo y el fuego del Espíritu Santo harán el cambio en nuestras vidas y en la Iglesia para cambiar el mundo.
Un laico asesor de Nueva Evangelización afirmaba que, en no pocos espacios, el viento huracanado de Pentecostés se ha convertido en aire acondicionado, tratando de domesticar la fuerza del Espíritu de Dios.
El viento huracanado nos sorprende, rompe esquemas y seguridades humanas. El aire acondicionado está graduado a una temperatura constante para agradar a los hombres; el viento huracanado nos da la valentía para ser fieles a Dios sin importar el precio que se deba pagar.
El aire acondicionado desecha carismas que incomodan o comprometen; el viento huracanado nos sorprende con variedad de carismas y ministerios. El aire acondicionado es como esas fuentes donde la misma agua circula siempre; en cambio, el huracán sopla como quiere y no sabemos de dónde viene ni a dónde va.
El aire acondicionado es tan cómodo que nos aletarga en nuestros esquemas y análisis; el huracán nos convierte en testigos y es imprevisible, lleno de sorpresas, creativo y siempre nuevo.
Pidamos una nueva efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia y sobre cada uno de sus miembros porque bien sabemos que no puede haber nuevos evangelizadores sin un nuevo Pentecostés. Si la primera evangelización en Jerusalén fue fruto de la irrupción impetuosa del Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés cristiano, la nueva evangelización no puede ser sino consecuencia de un nuevo Pentecostés hoy.Copyright © 2022 - Se puede hacer uso de este material siempre y cuando se indique autor y procedencia