COMUNIÓN MISIONERA

12.06.2020

Dice el papa Francisco: "Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas [...]. Este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia" (Evangelii gaudium, 113).

La evangelización, el primer anuncio, es un acto comunitario y que tiende a crear comunidad. Se trata del anuncio de toda la Iglesia como pueblo de Dios que, al ofrecer la salvación personal, vincula al que la recibe a toda la comunidad.

La comunidad cristiana es al mundo de la fe, lo que la familia es a la vida cotidiana de las personas. De la misma manera que la familia es el diseño en el que se da el nacimiento, crecimiento, educación y protección de los seres humanos, la comunidad es el lugar idóneo para el nacimiento, crecimiento, educación y protección de los cristianos. "Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia", dijo Clemente Alejandrino.

Esta Iglesia es prefigurada desde el origen del mundo, es preparada en la Antigua Alianza, es instituida por Cristo Jesús, es manifestada por el Espíritu Santo y será consumada en la gloria del cielo. Los aspectos esenciales del ser comunitario de la Iglesia los encontramos en la primera comunidad cristiana (cf. Hch 2,42-47) y esto definiría de manera sencilla lo que es una comunidad y lo que no es. La koinonía (comunión) supone la implicación de los unos en las vidas de los otros, porque somos una sola familia: "Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común" (Hch 2,44).

La comunidad (común-unidad) o la comunión (común-unión) en la Iglesia nos están hablando de todos aquellos que son uno en Cristo. El mismo Señor ya lo había dicho en su conocida oración sacerdotal: "Que todos sean uno [...] para que el mundo crea" (Jn 17,21). Necesitamos darnos cuenta que se trata de algo mucho más importante y determinante de lo que quizás suponemos: para que el mundo crea debemos ser uno, estar unidos. La unidad en la Iglesia no es opcional, es condición sine qua non porque sin ella, la evangelización no puede dar fruto. No me refiero a una unicidad o uniformidad propia del club de santos o de tantas sectas, sino a la unidad en la diversidad. El auténtico reto y desafío se encuentra en conseguir la unidad a pesar de nuestras legítimas diferencias. Decía san Agustín: "En lo esencial unidad, en lo que no es esencial libertad, en todas las cosas caridad".

En una ocasión me pidieron dar una ponencia en un Consejo Pastoral Diocesano acerca de la Christifideles laici, una Exhortación Apostólica de Juan Pablo II del año 1988 que trata acerca de los laicos y la evangelización. En el tercer capítulo, dice que dar fruto es una exigencia esencial de la vida cristiana y eclesial (cf. Jn 15,5.16) y que no damos fruto cuando no permanecemos en la comunión, común unión con Dios y común unidad con los hermanos. Juan Pablo II habla de una comunión misionera, que estuve tratando en dicha ponencia, una comunión que es fuente y al mismo tiempo fruto de la misión (n 32).

La cohesión interna es la que posibilita la expansión externa. Una comunión para congregarse y una comunidad para desplegarse y llevar la Buena Noticia del Reino hasta los confines de la tierra. Aquí está la clave del asunto: comunión y evangelización. La unidad siempre impacta, cala, eleva, maravilla y cuestiona a quien se encuentra con ella porque vivimos en una sociedad fracturada por las divisiones y anestesiada de individualismo; por eso, la sintonía de la fe compartida y vivida con un mismo corazón y una sola alma puede resquebrajar esas murallas de indiferencia y apatía que nuestro mundo ha edificado para Dios.

La obra de la evangelización no la puede realizar una persona aislada, un grupo o una Iglesia sin comunión. Muchos de los problemas que acarrea la Iglesia en estos últimos tiempos: la incapacidad de comunicar, entusiasmar y seducir; esa tremenda falta de credibilidad, tienen su origen en la descarada desobediencia al mandato del Señor de permanecer unidos. El éxito pastoral, si podemos llamarlo así, depende de la unidad; la abundancia de peces es fruto de la unión de los pescadores porque sólo juntos es posible lograr una gran pesca (cf. Lc 5,4-7).

Permanecer unidos por nuestro propio bien y también por el de los demás, porque solo si permanecemos unidos el mundo creerá. Una casa dividida no permanece y no habrá pesca milagrosa, como la del Evangelio, si antes no se da la comunión de los pescadores, y esto se consigue en la comunidad. Pablo VI decía con mucha lucidez que "la evangelización es un acto profundamente eclesial" (Evangelii nuntiandi, 60).

He conocido realidades de Iglesia con una identidad comunitaria fuerte, pero sin demasiados recursos para expresar una auténtica identidad misionera que le haga salir de sí misma. Me he encontrado con grupos que presentaban una seria dificultad para diferenciar la evangelización del proselitismo, haciendo más énfasis en el crecimiento numérico del propio grupo que en llevar a las personas a Cristo.

He hablado con personas que se encargan de hacer misiones de evangelización como si fueran acciones aisladas, sin preparar una adecuada acogida y acompañamiento como segundo paso para los nuevos evangelizados, o bien forzando etapas por medio de una sacramentalización apresurada y sin la disposición y preparación adecuadas. He asistido a encuentros y reuniones eclesiales donde la evangelización es simplemente algo más sobre el papel que apenas tiene cabida en la agenda y en la vida real, en vez de convertirse en el único elemento transversal que da forma al ser y al hacer cotidiano.

Considero que la comunidad que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en los primeros siglos del cristianismo es tan importante para nuestra vida cristiana actual que, no solo debemos aspirar a que exista una comunidad viva en cada uno de nuestros entornos eclesiales, sino que hemos de comprender a cabalidad que es una pieza imprescindible para la renovación y la evangelización. No debemos temer al hecho de que el Señor nos inspire a poner en marcha comunidades que renueven nuestras parroquias, donde poder vivir el discipulado misionero como si de auténticas escuelas de evangelización se tratara.

El joven teólogo Joseph Ratzinger, hacia finales de la década de los 60 del siglo pasado, afirmaba en una conferencia radiofónica que la Iglesia del siglo XXI debería convertirse en la pequeña comunidad de los creyentes, como algo totalmente nuevo. Se refería a un momento histórico que supondría un tiempo de grandes cambios a todos los niveles, también para una Iglesia purificada por importantes crisis que daría paso a un nuevo florecimiento más evangélico.

El Espíritu Santo, que siempre da testimonio de Jesús e impulsa a los hombres hacia Él, ha suscitado en cada época de la historia del pueblo de Dios formas de vida apropiadas para que los seres humanos de esa época puedan vivir cabalmente como discípulos de Cristo. En nuestra época, cuando la vida de la sociedad se ha vuelto extremadamente compleja y diversificada, y cuando ésta plantea a los cristianos desafíos novedosos y de grandes dimensiones, el Espíritu Santo ha suscitado toda una gama de modalidades de vida cristiana para hacer patente el testimonio del Evangelio en la sociedad de hoy y en la época actual, como expresión de profunda renovación en la Iglesia de nuestros días.

Aquel ideal de vida comunitaria que encontramos en los Hechos de los Apóstoles y en los primeros siglos del cristianismo debe ser hoy y en los primeros pasos de la Iglesia por el tercer milenio, la expresión y la consecuencia de esa renovación que el Espíritu Santo está operando por iniciativa suya en esta nueva época. Aunque esa época comenzó con el Concilio Vaticano II, que también era exigida por los enormes cambios de la sociedad moderna en la que vivimos, en este tercer milenio necesitamos también un redespertar eclesial y una renovación que parta de la base; no solamente renovación conciliar, en el sentido institucional y jerárquico de la Iglesia.

Cada vez más, el "cristianismo cultural" va adquiriendo los rasgos de un fenómeno del pasado y se vislumbra una Iglesia pluriforme en medio de una sociedad mundial que ha venido desarrollando un marco amplio de vida en común. Dicho marco da cabida a una variedad sin precedentes de formas y enfoques, en el contexto de una Iglesia universal que es una sola en la fe, en la comunión y en la evangelización.


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