TÚ ME LEVANTAS

21.02.2020

Cuando pienso en la historia de la salvación de manera amplia y general, me doy cuenta de un patrón que se repite una y otra vez: El ser humano cae y Dios es quien levanta.

Esto es lo que marca la vida de las personas desde el inicio, ya que la primera caída de nuestros padres no llevó al Señor a reescribir la historia sino a enviarnos la solución.

Dios no pensó en un plan B tras la desobediencia de Adán y Eva, sino que proyectó en su Corazón hacer algo increíble por amor a sus criaturas: levantarnos del estado caído que supone frustrar el plan de Dios y dar la espalda al Creador. En Jesucristo, la historia de la salvación llega a su plenitud y a su pleno cumplimiento. Recuerdo una de esas frases increíbles que se proclama en el pregón Pascual: "Bendita la culpa que mereció tal Redentor".

Cristo nos levanta una y otra vez, sin importar cuántas veces hayamos caído. El Evangelio nos lo muestra de manera extraordinaria en repetidas ocasiones. Jesús levanta a la suegra de Pedro, a la mujer que ha sido sorprendida en adulterio, al mismo Pedro cuando se está hundiendo, a la mujer que se encuentra junto al pozo de Sicar, a Lázaro de la muerte, a la mujer encorvada, al buen ladrón, etc. Esto es lo que hace Dios por amor a cada uno de nosotros, levantarnos una y otra vez.

Nos levanta de la muerte para que podamos proclamar su alabanza (Salmos 9,14-15), nos levanta para librarnos de los enemigos (Salmos 18,49), levanta tu alma y hace crecer tu confianza en su amor (Salmos 25,1-2), levanta tu cabeza y te protege del peligro (Salmos 27,5-6), te levanta para llevarte al lugar que ha preparado para ti (Salmos 37,34), te levanta de la fosa y asegura tus pasos (Salmos 40,3), te levanta con su salvación cuando te sientes pobre y estás herido (Salmos 69,30), te levanta de la miseria y multiplica sus bendiciones (Salmos 107,41), te levanta del polvo cuanto te sientes desvalido (Salmos 113,7), levanta tu mirada al cielo (Salmos 123,1), etc.

¿Te das cuenta que demasiadas veces pedimos un milagro, cuando el milagro sucede todos los días? Es el increíble amor de Dios que nos levanta una y otra vez desde la cruz de Cristo, donde ha sido conquistada nuestra libertad y ha quedado abierto de par en par el camino de la salvación. En serio, ¿hay mayor milagro que este?

Cuando leo las diferentes definiciones que ofrece la Real Academia Española de la palabra levantar, realmente soy consciente de todo lo que supone aquello que el Señor ha hecho y sigue haciendo por amor a la humanidad:

  • Mover hacia arriba
  • Poner algo en lugar más alto que el que tenía
  • Poner derecha o en posición vertical la persona o cosa que esté inclinada, tendida, etc.
  • Dirigir hacia arriba algo, especialmente los ojos o la mirada
  • Dar mayor fuerza, hacer que suene más la voz
  • Engrandecer, ensalzar
  • Impulsar hacia cosas altas
  • Dicho de un enfermo o de una persona que está acostada: dejar la cama

La tendencia natural de un padre y una madre es correr a levantar a su hijo cuando ha tropezado y se ha caído. No es opcional dejar a su hijo en ese estado de caída en el que se encuentra, a menos que este rechace esa mano que desea levantarle. Esto es lo que Dios hace con nosotros también, darse prisa para tratar de levantarnos.

Su amor es un amor que nos sostiene, el que nos levanta, el que nos da paz y seguridad. Él es mi Padre y yo su hijo; esto lo explica todo. Por eso ya no soy esclavo del temor, ahora soy hijo de Dios. Cuando has tenido que atravesar la noche oscura de un proceso que se antojaba demasiado extenso y casi interminable, estás listo para levantar a otros y servir de inspiración. Ser levantado por gracia de Dios te convierte en instrumento de su amor para hacer una diferencia en la vida de otras personas.

Aunque estés pasando por un momento difícil, recuerda que en los brazos del buen Pastor tu vida es un medio poderoso por el cual Dios desea levantar a quien se encuentra caído y sin fuerzas para continuar. Atrévete a proclamar que tu existencia nunca será conmovida si tienes siempre presente al Señor y nunca olvidas su gran amor y misericordia por ti.

"Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada." (Salmos 16,7-9)


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